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Memories from Ana Maria, cousin/memorias de Ana Maria, prima

Mi prima querida Hoy, con el corazón cargado de recuerdos y el alma teñida de nostalgia, me dispongo a honrar la memoria de una persona excepcional, mi prima Consuelo. Más que primas, fuimos hermanas, compartiendo un vínculo que trascendía la sangre y el apellido. Consuelo, una narradora de historias que con su pluma dibujaba paisajes de emociones y vivencias, nos dejó un legado literario de incalculable valor. Sus libros, reflejo de una realidad a veces cruel, nos permiten atisbar la fortaleza de su espíritu. Aunque sus palabras impresas conmueven, era su voz la que realmente tenía el poder de mover el corazón y provocar lágrimas, siempre con la firme petición de recordar que “esto ya pasó”. Nuestra infancia estuvo marcada por encuentros veraniegos llenos de travesuras y risas. Consuelo, la mayor y la más audaz, nos lideraba en cada nueva aventura, demostrando que la valentía y la complicidad no conocen de edades ni de miedos. Aún resuena en mi memoria el confort que su presencia proporcionaba cuando, en un vuelo que nos devolvía a casa, mi malestar se convirtió en una anécdota más para nuestro baúl de recuerdos. Aquel vuelo, en una avioneta pilotada por mi tío Jorge, nos regaló un momento que, a pesar de las circunstancias, Consuelo manejó con gracia y cuidado. A los 11 años, mi estómago no pudo más y terminé vomitando sobre los zapatos de Consuelo. Lejos de enfadarse, ella me tranquilizó, limpiando el desorden y asegurándome con su presencia serena que todo estaría bien. El destino quiso que los caminos de nuestras vidas tomaran rumbos distintos, llevándome a mí y a mi hijo Piero a las costas de Menorca. Pero el cariño verdadero no conoce de distancias, y el reencuentro con Consuelo fue un regalo del tiempo. Juntas, exploramos cada rincón de esta isla, con Alcaufar grabándose en su corazón como el lugar predilecto. Aún puedo sentir la adrenalina de aquel día nublado en que, desafiando una tormenta inminente, descubrimos que nuestra capacidad para nadar era tan fuerte como nuestra capacidad para reír ante la adversidad. En los momentos que compartimos, tuve el privilegio de cuidarla, de cocinarle aquellos platos chilenos que tanto amaba, de competir en juegos de mesa donde las trampas eran parte del encanto. Y fue en esos instantes cotidianos donde la vida nos regaló la oportunidad de conocer a Lynda, mi otra prima, con quien compartí caminatas por el bosque, cenas cocinadas con amor y una amistad que se forjó fuerte y sincera. Durante esas caminatas, las tres perritas de Lynda y Consuelo nos acompañaban, aportando alegría y compañía con su incesante juego y exploración. Consuelo, tu recuerdo vive en cada ola que acaricia la orilla, en cada risa compartida, en cada plato cocinado con amor. Tu partida ha dejado un vacío imposible de llenar, pero también ha sembrado en nosotros la certeza de que el amor y la memoria son eternos. Descansa en paz, querida prima. Tu luz brilla en nosotros. Con amor, Ana María Fuentes Leal.

My beloved cousin Today, with a heart laden with memories and a soul tinged with nostalgia, I set out to honour the memory of an exceptional person, my cousin Consuelo. More than cousins, we were sisters, sharing a bond that transcended blood and surname. Consuelo, a storyteller whose pen painted landscapes of emotions and experiences, left us a literary legacy of incalculable value. Her books, a reflection of a sometimes cruel reality, allow us to glimpse the strength of her spirit. Although her printed words move us, it was her voice that truly had the power to stir the heart and provoke tears, always with the firm request to remember that “this has already passed”. Our childhood was marked by summery encounters full of mischief and laughter. Consuelo, the eldest and most daring, led us in each new adventure, showing that bravery and complicity know no age or fear. The comfort her presence provided still resonates in my memory when, on a flight that was taking us home, my discomfort became just another anecdote for our treasure chest of memories. That flight, in a small plane piloted by my Uncle Jorge, gave us a moment that, despite the circumstances, Consuelo handled with grace and care. At 11 years old, my stomach could take no more, and I ended up vomiting on Consuelo’s shoes. Far from getting angry, she calmed me, cleaning up the mess and assuring me with her serene presence that everything would be alright. Fate wanted the paths of our lives to take different directions, taking me and my son Piero to the shores of Menorca. But true affection knows no distance, and the reunion with Consuelo was a gift of time. Together, we explored every corner of this island, with Alcaufar etching itself in her heart as the favourite place. I can still feel the adrenaline of that cloudy day when, defying an imminent storm, we discovered that our ability to swim was as strong as our ability to laugh in the face of adversity. In the moments we shared, I had the privilege of caring for her, of cooking those Chilean dishes she loved so much, of competing in board games where cheating was part of the charm. And it was in those everyday moments that life gave us the opportunity to meet Lynda, my other cousin, with whom I shared walks through the forest, dinners cooked with love, and a friendship that was forged strong and sincere. During those walks, Lynda and Consuelo’s three little dogs accompanied us, bringing joy and companionship with their incessant play and exploration. Consuelo, your memory lives in every wave that caresses the shore, in every shared laughter, in every dish cooked with love. Your departure has left a void impossible to fill, but it has also sown in us the certainty that love and memory are eternal. Rest in peace, dear cousin. Your light shines in us. With love, Ana María Fuentes Leal.

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Photos: Ana Maria, left, and above, Consuelo with Piero (son of Ana Maria)

Family dinner, with Ana Maria and her family and friends

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